sábado, 6 de octubre de 2012

Cárcel psicológica


Capítulo 9




               Alithor, estaba pendiente de Isabel, podía captar sus pensamientos y era el encargado de instruirla en el arte de vivir y no tendría mucho trabajo porque ella era una persona con muchas ganas de investigar todo lo relacionado con la naturaleza. Se preguntaba por qué los habitantes de la tierra sufren, por qué son violentos, si se puede vivir en paz y ser felices, sabía muy bien que primero debía crecer como persona, desarrollar todas sus capacidades cognitivas y afectivas para luego transmitirlas a sus semejantes, lo qué ignoraba era los obstáculos que encontraría en su camino y aun peor, que el mundo entero se le vendría encima, puesto que a nadie le gusta que le digan lo que tiene que hacer, están conformes con su estilo de vida, tienen pereza de reflexionar para hacer cualquier cambio en su forma de vivir. Alithor conocía muy bien que este trabajo requiere de muchos sacrificios, voluntad férrea y sobre todo perseverancia, entonces se propuso asistirla en cada tropiezo que tuviera, ella para lograr este objetivo, tendría que sentir amor infinito por sus semejantes, para que pueda levantarse y no abandonar el trabajo por una o más caídas, por eso Alithor le decía que si la fe mueve montañas, con amor moverás el Universo.

               Isabel percibía un gran regocijo en su corazón, con esta experiencia que acababa de vivir, veía como las vendas que cubren sus ojos caían una a una. A medida que comprendía el motivo de su existencia y el porqué de tantas desdichas, se daba cuenta, que todos nuestros males se deben a nuestra ignorancia y cada triunfo era desprender un eslabón de la larga cadena que la tenía aprisionada en su cárcel psicológica, se despertó con gran alegría, en la calle sentía ganas de hablar con toda la gente, cuando Alejandro pasaba por su lado, se aproximó para abrazarlo, quién correspondió pensando que era en gratitud por el trabajo que realizaba por ella en sus sueños, en el instante que chocaron sus miradas, vio en los ojos de él una gran bola de fuego, se estremeció y prosiguió su camino, su alegría se había transformado en tristeza, con esta visión entendió que el planeta Tierra agonizaba por la forma equivocada de vida que llevan sus habitantes, se preguntaba si vale la pena sacrificarse por hacer un mundo mejor, si todo se venía abajo, durante varias semanas se hacía la misma pregunta sin conseguir respuesta, hasta que un día mientras compraba frutas en el mercado, observó a unos niños cogiendo alimentos de la basura, era la primera vez que le tocaba presenciar esta escena, se sintió conmovida ante este hecho, se aproximó a ellos, les obsequió la fruta que había comprado y con lágrimas en los ojos regresó a su casa.

               A la hora de la cena Isabel no tenía apetito, pensando que afuera hay niños que pasan hambre, entonces se atrevió a decirle a su padre, que en su empresa abriera un comedor gratuito para los niños pobres del pueblo que no tienen qué comer, Ramón le contestó que no dispone de tiempo ni dinero para esas cosas, en ese momento sintió una gran decepción de su parte, se lamentaba de vivir con un papá frío, calculador, sin sentimientos, luego se dirigió a su madre y le dijo si ella podía hacer algo, la reacción de su madre fue mirarse las uñas, tocarse el pelo y salir del comedor; ante tal negativa le invadió una tristeza que le partía el alma, se refugió en su habitación tratando de encontrar una respuesta, de cómo es posible vivir con tanta indiferencia, se preguntaba ¿dónde está la grandeza del hombre, si solo hay miseria en sus corazones?, ahora comprendía que aunque todo se viniera abajo, más esfuerzos deberíamos realizar y comenzar a trabajar en nuestro propio universo interior para que sirva de faro a todo aquel que quiera tomar conciencia de su verdadera naturaleza, que no solo es un montón de carne y hueso sino también una inteligencia suprema, donde su verdadera riqueza es la felicidad.

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